Mientras mis
dedos se deslizaban entre las sábanas y tú jugabas a buscarme las cosquillas,
el mundo entero estaba de más. Regalarte mis mañanas y recibir las tuyas a
cambio fue el trato más justo que pactamos en todo este tiempo.
Levantarme cada día con tu camiseta y el desayuno preparado; que la beta verde
de tus ojos marrones coloreara los días grises o eso de que decir “te quiero”
no fuera necesario porque con el tiempo me lo demostrarías. Llegar tarde a casa
porque estar juntos merecía cualquier castigo que pudieran ponernos. Robar
besos, regalar sonrisas, llorar distancias y escupir verdades; querernos mucho.
Mucho más que mucho, y muchísimo más que más; como dos críos. Y es por eso que
no sé como olvidarte.

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