sábado, 17 de noviembre de 2012

La misma historia repetida muchas veces.


1. Entonces te das cuenta de repente de que no tienes los huevos suficientes para alejarte de él, y vuelves, como los mosquitos contra la luz cegadora, conscientes de que su destino es un fatídico y trágico final.
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2. Vuelves a casa con los ojos llenos de rímel. Te miras en el espejo y juras a tu reflejo que no volverás, que esa vez es la definitiva. Lloras y lloras, apagas un cigarro tras otro y haces que las botellas de alcohol se estrellen contra el suelo. Duele. Como ningún dolor físico dolerá jamás. Es algo incurable que no se borra con ibuprofeno.
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3. Cuando estabas a punto de volverte loca, te asomas al vacío. Cielo anaranjado de madrugada. Olor a rocío en la terraza. Cigarro, pero este no sabe a amargura, sabe dulce. El frescor de la brisa de la mañana se lleva tu dolor, tu sufrimiento, el agujero que se te había formado en el pecho... Empiezas a ver las cosas más allá de él. Te imaginas feliz. Sola y feliz. Una sonrisa se te dibuja en la cara y ese es el principio de algo bueno. Lo sabes. Eres fuerte.
Pero..¿Quién llama a la puerta? Mierda... es él.




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