Esa sensación de impotencia, de
ganas de llorar, de querer escapar de ahí. ¿Sabes? Es como cuando vas guardando
cosas en una cajita, una cajita terriblemente frágil. Con todo lo que hay dentro,
le coges un cariño enorme e inexplicable a tu cajita. Pero un día, por
cualquier tontería, la cajita cae al suelo y se rompe. Y allí estás tú, sin
acabar de creértelo, y sin poder hacer nada porque todo vuelva a la normalidad.
Recoges los trocitos sabiendo que siempre la echarás de menos, sabiendo que ya
no podrás guardar más cosas en ella, que algún día tendrás que comprarte otra.
Y sin embargo, tú no quieres ninguna otra, no quieres otra igual, ni otra
parecida; tú quieres tu cajita, esa cajita.
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